La popularidad les suele ser a menudo esquiva. A la hora de elegir, la mayoría, por lo menos de los tucumanos, se inclina por aquellas que se supone que en teoría, son menos traumáticas y menos exigentes. La matemática y su prima hermana, la física, son depositarias de una buena parte del temor estudiantil, aunque se reconozca su importancia en el desarrollo de la ciencia. Este resquemor tiene su correlato en que el 37% de los entrevistados de un sondeo admite que no estudiaría carreras científicas porque tendría que estudiar mucho.
Los datos surgen del informe del proyecto “Actitudes de los estudiantes del ciclo medio de la provincia de Tucumán hacia el estudio de las ciencias”, impulsado por un equipo interdisciplinario de la UNT, el Conicet y el Ministerio de Educación. Se determinó también que los jóvenes del norte argentino son los que menos información científica consumen.
Una de las responsables del trabajo le dijo a nuestro diario que los alumnos creen que se debe tener una inteligencia superior para hacer ciencia. El 90 % de los interrogados afirmó que estudiar ciencias en el colegio era útil para su vida; y ocho jóvenes de cada 10 dijeron que la gente debería entender de ciencia porque esto influye en sus vidas diarias. El relevamiento indica que la mitad de los encuestados sostienen que la matemática les resulta difícil.
Desde hace varios años, preocupa a las autoridades educativas nacionales la poca adhesión de los jóvenes a las carreras de las llamadas “ciencias duras” (matemática, física, química). En 2008, el Ministerio de Ciencia y Técnica e Innovación Productiva de la Nación lanzó el programa “Los científicos van a la escuela” con la idea de acercar a los chicos a la investigación y a las ciencias duras; más de 100 establecimientos tucumanos se anotaron para participar de la iniciativa.
En 2009, un funcionario de la Secretaría de Articulación Científico Tecnológica, dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, dijo que las ferias de ciencias eran una buena alternativa para acercar a los chicos a las ciencias. Señaló que había acciones que podían encararse para la divulgación del desarrollo científico y la formación de jóvenes que se inclinaran hacia las carreras científicas y tecnológicas, tales como la creación de portales educativos y de experimentación, de museos interactivos de ciencia y tecnología. Entre otras ideas, mencionó la visita de las escuelas a laboratorios que muestren la actividad científica. Manifestó que para que hubiese más investigadores, era necesario garantizar que los chicos tuvieran en sus planes de estudio más contenidos referidos a las ciencias.
Este interesante relevamiento debería servir para preguntarse, entre otras cosas, por qué una buena parte de los alumnos les teme a las “materias duras”. ¿Se las enseña mal? ¿No se sabe cómo hacerlas atractivas? ¿Hay que modificar los planes de estudio? ¿Son esporádicas o nulas las visitas a centros de investigación (Cerela, Proimi, Instituto Lillo)? ¿Hay pocos estímulos para interesarse por la ciencia? ¿Todos los establecimientos educativos cuentan con laboratorios? Si la realidad está reflejando una falencia importante, ¿dónde están las fallas? ¿Qué se hará para solucionarlas?
Cualquier materia resulta atractiva si el docente es capaz de generar en los alumnos la curiosidad, el deseo de investigar, es decir de trasmitir el amor por lo que enseña.